domingo, diciembre 31, 2006

Año nuevo - cuento

La actividad era frenética, prácticamente todos estaban haciendo algo para los preparativos de la cena de fin de año. Desde que se había casado, hace 4 años, Ana no recibía el año nuevo en casa de sus padres, esta vez había logrado negociar con Eduardo para que la pasaran con su familia, a dos mil kilómetros de la ciudad en donde viven. Y no es que Eduardo fuera una mala persona, sino que odiaba ese tipo de festividades.
Así entonces Ana veía cómo Eduardo fingía pasarla bien en las fiestas, no estaba segura hasta que grado estaba actuando o no. Se le quedaba viendo cuando platicaba o bromeaba con sus hermanos y si él se daba cuenta, ella sólo esbozaba una tímida sonrisa, volteaba hacia otro lado y se quedaba mirando a la nada, hasta que su mamá o alguna tía le pedían que les ayudara con algo. Sin embargo en otras ocasiones se quedaba distraída. Absorta en un mar de dudas que sólo ella conocía y que no le contaba a nadie.
Ana se había salido de su casa para estudiar la universidad en una de las principales ciudades de su país, al terminar su licenciatura se regresó a su ciudad, donde trabajó algunos años. Después, una de sus amigas de la ciudad en donde estudió consiguió un buen trabajo en la universidad en donde habían estudiado y la invitó trabajar con ella. Ana, pasando la mitad de sus veintes, aceptó volverse a ir, estudió su maestría y daba clases de literatura en la carrera de donde había egresado. Después de todo, nunca le habían terminado por interesar los hombre de su ciudad a quienes consideraba "rústicos-machos-de-los-de-antes".
Desgraciadamente llegó a los 30 habiendo vivido algunas aventuras y relaciones con músicos y pseudointelectuales. Cada que iba a su ciudad su mamá y sus tías la atosigaban con el ya clásico "¿para cuando m'ija?", teniéndoles que inventar historias más creíbles de las que había vivido como cuando estuvo saliendo con un músico que tocaba tambores en raves y fiestas particulares.
De esta forma, a sus 31 años dejó de perseguir a "los tipos interesantes", pensando que debía seguir con una vida convencional, conseguirse "un buen partido" y así poder llegar a ser incluso la heroína de sus tías y primas. Afortunadamente contaba con amigas de buena posición social, las cuales se alegraron mucho cuando les anunció que ahora estaba dispuesta a salir con un contador, médico o ingeniero... y precisamente Cecilia le consiguió "al-candidato-perfecto-ingeniero-de-35-años-que-ya-quiere-casarse-ingeniero-por-supuesto-y-con-un-buen-trabajo". Fue así que tras un rápido noviazgo de seis meses, Ana y Eduardo se casaron. Ana no quiso tener mucho tiempo para pensar las cosas, Eduardo era un buen hombre, que no se había casado antes - un criterio absurdo que había heredado de una tía -, reconocido heterosexual y estaba muy decidido a formar una familia.
Pero las dudas siempre la habían acompañado desde el primer momento en el que decidió andar con él. Todo este tiempo se preguntaba si era lo que realmente quería para su vida, pues aún queriendo estar con Eduardo, sentía huecos que no eran cubiertos. Realmente tenían pocas cosas en común, pocos - o nulos - intereses compartidos, y su necesidad comunicativa era frustrada. No, no pensaba que todo era un error, pues la niña - Amelie - era una bendición y un motivo para seguir viviendo... la niña... desde su llegada - hacía 3 años - las cosas habían cambiado, Eduardo volcó su atención hacia Amelie y Ana en ocasiones llegaba a burlarse de si misma por sentirse desplazada por su propia hija.

Curiosamente cuando se llegaba a sentir acorralada, Eduardo tenía un buen gesto. Así fuese un fin de semana en la playa, un refrigerador nuevo o incluso una enciclopedia para la niña, le era útil a Ana para sobrevivir a su zozobra.
Precisamente el hecho de que Eduardo accediera a pasar las festividades navideñas con su familia era uno de esos buenos gestos, y ella pasó de la navidad al día 29 montada en una nube.

Ana seguía absorta mientras preparaban la cena de día último, no lograba entender cómo es que Eduardo aparentaba llevarse bien con su familia y sobre todo su silencio, cuando estaban solos no se había quejado de nada, es más, no opinaba nada, no hacía nada más que asentir a sus comentarios, cualesquiera que fuesen.
Cenaron todos en paz, salvo los comentarios incisivos y nada bien intencionados de una tía para con otra. Después de cenar, los hombres se salieron a la cochera, empezaron a hacer los preparativos para el brindis, repartieron las uvas y la sidra.
10...9...8...Ana se quedó congelada y su rostro endureció... 4... 3... 2... 1... ¡Feliz año nuevo!
En medio del ruido de los cohetes y de las felicitaciones, Ana fue a darle el abrazo a su esposo, hizo una sonrisa forzada, y mientras le abrazó algo le dijo al oído, él por su parte primero abrió desmesuradamente sus ojos, aún abrazándola suspiró profundamente, mientras dejaba rodar un par de lágrimas.
A.G. 31, 12, 2007.

miércoles, diciembre 27, 2006

una historia

Hace muy poco estaba platicando con mi cuasi hermano Tomás Hernández acerca de que me es complicado escribir narrativa.
Chuck Palahniuk, autor de pocas novelas, pero muy representativas de nuestra época, como "Fight club", comentaba en alguna entrevista que, quien quiera dedicarse a escribir deberá tomar sus vivencias, escribir de lo que le sucede.
No creo en la inspiración, creo más bien en que cuando uno estpa haciendo algo, se conecta y puede seguir haciendo más cosas... ahorita estaba tecleando un texto para un proyecto, viendo simultáneamente una película de beisbolistas con Kevin Costner (que raro, ¿no?), si, quizás no sea la mejor referencia, pero la peliculita tiene sus pedacitos de flashbacks que me resultaron, por decirlo de alguna manera: nutritivos. Entonces aquí dejo este experimento de narrativa. Si encuentran algo proyectivo, mis 4 firmantes (como récord) no se lo tomen muy en serio.
Saludos.
35
Alberto se encuentra en un bar, rodeado de desconocidos pensando que sería el mejor lugar para hundirse en sus recuerdos.
Hacía 15 años que había terminado la universidad y se encontraba en una ciudad distinta de donde creció.
Cerraba los ojos y daba un trago a su bebida - escocés en las rocas - mientras paseaba el humo de su habano por boca y escuchaba el noticiero deportivo sobre la contratación de un jugador de futbol.
Hacía tiempo atrás en que sus recuerdos le venían como fotografías fijas de momentos vividos, una tras otra se presentaban mientras mantenía la mirada perdida en las luces de la barra del lugar.
Rostros sonrientes de aquellas amistades, familiares y de aquellas jóvenes de quien se interesó en alguna ocasión. Casi podía ver los destellos de los ojos cuando sentía que era visto con cariño. Sonrió.
Su vista comenzaba a vidriarse, buscó algún rostro en el bar, con el fin de distraerse e imaginarse porqué estaba ahi. Observó como discutían animadamente tres personas a las que por su modo de vestir - camisa tipo polo -, se podía decir que eran ingenieros de una planta de ensamblaje o también empleados de telemarketing.
Volvió a perder su vista en los reflejos de las luces de los autos al pasar y le vinieron más imágenes a su cabeza. Los rostros sonrientes se empezaron a mezclar con otros tristes y enojados, particularmente de aquellas a quienes no supo corresponder.
Parpadeó con fuerza por dos segundos, aspiró profundamente, levantó su cabeza al cielo, mientras veía el techo exhaló profundamente y continuó parpadeando.
El dolor no era nada nuevo para él, tenía ya varios años que se había ido de su ciudad y eventualmente confrontaba este tipo de episodios.
Una vez habiéndose repuesto volvió a mirar a su alrededor, sin embargo no había mucho en donde interesarse: una mesa con dos mujeres riñendo como casadas; en otra una pareja platicando muy interesados y cautos, como cuando apenas se inicia el cortejo y en la barra personas sumamente concentradas en su bebida, sin voltear siquiera al noticiero deportivo que ahora anunciaba que uno de los equipos locales estaba a punto de conseguir el liderato.
Alberto no escuchó más acerca de la noticia, pasó de lado hacia el baño y pensó en todas las tonterías que se pueden pensar cuando un hombre está usando un mingitorio. Sin embargo sólo pensaba en que tenía tiempo sin enviar un correo electrónico a su mejor amigo, en ocasiones estaban en contacto por medio del blog, sin embargo ya habían pasado unas semanas y ni su amigo ni él lo habían actualizado.
Salió del local y fue recibido por una oleada de aire húmedo y frio, su vaho le empañó sus lentes, se detuvo por un momento para acostumbrarse y dirigir mejor su aliento. Mientras seguía caminando tenía la mirada fija, por lo que no recordaba imágenes, ahora recordaba frases. Una tras otra se le agolpaban, algunas eran cálidas y otras le hacían sentir más frio, por lo que apretó el paso.
Se detuvo en una esquina, se quitó los lentes y algunas lágrimas escaparon de sus ojos, agachó la cabeza mientras se limpiaba la nariz. Siguió agachado, empezó a respirar con fuerza, ya tenía algo de experiencia manejando los golpes de melancolía y sabía como manejarla.
Llegó a su departamento, se dirigió al refrigerador, tomó el bote de leche y se sirvió un poco.
Se sentó en su computadora, pasó el puntero del ratón por la hora - 2:00 - y le dio la fecha: 30 de diciembre de 2010.
Suspiró y empezó a revisar algunos correos electrónicos que tenían como título "Feliz cumpleaños".
A. G. Diciembre, 2006.

viernes, diciembre 15, 2006

VACANCY


Hace algún tiempo maldecía recuerdos... no podía disasociarme de los recuerdos de determinados lugares.

Ahora es distinto, todo tiene un cierto olor a desinfectante, a cloro, a detergente... a limpio.

Los recuerdos siguen ahi, pero los contemplo como si estuvieran suspendidos en formol, listos para ser conservados por muchos años, pero totalmente inaccesibles.

Me siento en blanco... y eso me entusiasma: tener la posibilidad de construir algo de nuevo, de rehacerme...

Es por eso que abro las persianas cuando me despierto.

Es por eso que sonrío cuando salgo y el viento helado me da una cachetada, recordándome que el mundo exterior puede ser hostil.

Si, sonrío.

Y no como un masoquista o un adicto a la adrenalina.

Sonrío porque una vez más he sobrevivido.

Sonrío porque sé que algo nuevo vendrá.

Sonrío porque si no lo hago, estaré negando lo nuevo que he aprendido.

Es así que decido salir, que decido abrir mis brazos y que el aire frio corte mi piel.

A final de cuentas quizás vuelva a pasar.

A final de cuentas me arrastraré entre los escombros, pisando las cenizas de mis propios restos.

Así es que si quiero recuerdos nuevos, tendré que solicitar nuevas experiencias.



VACANCY